sábado, marzo 10, 2007

Mi Querida Simoneta

El viaje hacia New York es extenso y da tiempo y espacio para leer varias novelas. Ha caído sobre mis manos, una novela bajo el título, “Mi querida Simoneta”. Tengo que leer mucho, eso me dice Papá para llegar un día a escribir decentemente. La verdad, este relato me ha entretenido mucho, porque habla del amor entre dos seres, sean dos damitas o dos hombrecitos, qué más da, y os lo transcribo para que lo leáis. Se trata de la escritora en ciernes “Elisabeth de la Braguita”, nacida en una pequeña isla también llamada la isla de la Braga..... Fijaros si ha sido largo y extenso, infinito y dilatado este viaje a New York, que papá paradójicamente queriendo acortar el tiempo de llegada, ha dirigido su avión junto con Federico a otras coordenadas-espacio-tiempo, donde el tiempo transcurre mucho más lento. El viaje ha durado dos horas, pero cada hora en este espacio equivalen a cuatro años de vida en la tierra. Si sacáis cuentas, en dos horas he cumplido 8 años de un golpe, la confusión de papá me ha hecho más vieja, y por fin tengo 18 años con todo lo que ello implica en mi vida. Creo que mi vida a partir de ahora va a ser mucho más interesante, incensante y divertida. Y aquí os transcribo un párrafo de “My lovely Simoneta” By Elisabeth de la Braguita, natural de la isla de la Braga, o mejor dicho, “ Quítamela y déjate ya de chorradas.......”. La gente más interesante, queridas y queridos míos, no utiliza las susodichas, sólo las llevan para ir a trabajar...... Y aún trabajando, muchos y muchas se las quitan..... y digo muchos, porque los hombres queridas mías también llevan bragas, o tanguitas, o qué se yo...........porque el hombre se hizo braga ........ en esa incesante lucha por igualarnos. La verdad creo que lo están haciendo muy bien, y me uno a su incesante lucha, porque un hombre que hoy no es braga, ni me interesa a mí, ni le interesa a nadie en este alocado e interesante planeta.......donde gracias a todos los dioses, Mujer y Hombre se han encontrado por fin a si mismos, en el mismo punto de partida......donde todo lo importante se encuentra.

Mi querida Simoneta:

Recuerdas aquellos días en que nos conocimos en Ámsterdam, fue todo tan casual e inesperado. Yo viajé allí, para pasar una breve estancia y documentarme en el cultivo de los tulipanes en Holanda, no sé si recordarás que me apasionan los tulipanes. Y después de mi periplo por todos los pueblecitos donde los cultivaban y de estudiar este arte, decidí acudir a aquel hotelito, donde por cierto te conocí. Ya lo sé, han pasado muchos años, diez creo recordar. Pero la vida, oh la vida.... me ha llevado a escribirte de nuevo y saber de ti. Recuerdo que te acababas de casar, creías estar enamorada. Fue el simple acto de mirarnos pupila sobre pupila, y ya supimos las dos lo que al final iba a ocurrir. Qué noches aquellas tan bellas, Simoneta. Qué luz y que fuego conocieron mis manos sobre tu rostro y tu cuerpo. Tú, me dijiste que todavía no habías experimentado el sexo con ninguna mujer. Te conté que siempre me habían atraído las damas, desde muy joven. Y aunque lo negaste con tu voz, supe leer sobre tu rostro que siempre te habían gustado. Realmente, fuiste de esos amores que no suponen ningún tributo ni ningún exceso de energía. Coincidimos en el coqueto restaurante del hotel. Te sentaste casualmente sobre una mesa al lado de la mía, las dos estábamos solas. Otra casualidad del destino. Nada más verte, por tu belleza, imaginé que tardaría poco tiempo en aparecer tu pareja, siempre pensé, no sé por qué, que aparecería un hombre, pero aquel hombre no llegaba. Recuerdo, y me rió al pensarlo, que es cierto que te miré de forma acaso insinuante, pero tú me devolviste una mirada todavía más seductora que la que yo creí ofrecerte.

La cena con aquella música extrañamente francesa sobre el fondo, a mí, me resultó conmovedora. Tú no cesabas de controlar todos mis movimientos, y fue entonces al acabar el soufflé de melocotón, cuando decidí ir a tu mesa para invitarte a tomar un té con menta o un café, o lo que te apeteciera, en el saloncito del hotel. Enseguida aceptaste, a la vez que fijaste tu mirada sobre todo mi cuerpo, de arriba abajo, si, así lo hiciste. No te creas, acostumbrada como estaba a otros desaires, en cierto modo fue para mí un alto empleo en el arte de la seducción fácil, que por cierto, ya tenía algo olvidada. Mirabas sobre mis labios e intentabas adivinar como se tornarían mis pechos sobre la palma de tus manos, como temblarían de placer entre tus acarameladas caricias. Mirabas, si, mirabas inconscientemente sobre mi sexo, ya algo adormecido por los últimos avatares y acontecimientos que me habían ocurrido. Recordarás que te conté que súbitamente había fallecido la mujer que compartía mi vida, y por ello mi alma y mi sexo estaban muertos, sin vida, sin una pequeña lágrima de fluido vital. Pero no quise aquella noche embargarte con mi pena – todo esto te lo conté rápidamente en nuestra despedida -.

Yo te miraba, y me río al pensarlo, con deseo, si, es cierto, pero a la vez con cierta desconfianza, pensé – tengo delante de mí a un bomboncito que quiere y duele, que seguramente ni hace, ni se deja hacer -, pero me equivoqué.

Nos preparó una dulce marroquí dos tés con menta, recuerdo que la menta de tan abundante y de hojas naturales, casi se desbordaba de la taza. Te acuerdas de todas las antigüedades que había allí acumuladas. El calor natural de la chimenea, el crujir de la madera al pisarla. Era ciertamente un hotel encantador, “Maison des enfants”, creo recordar que era ese su nombre. Y cada habitación un mundo, que decoración tan bella. Claro que después nos enteramos que los propietarios, marido y mujer, eran decoradores. Estuvimos charlando hasta muy tarde, incluso pude disfrutar de tu buen italiano, cuando charlaste con aquel matrimonio que acudió al saloncito para tomar un té con menta antes de ir a dormir, y con los que acabamos haciendo varias excursiones por la ciudad. No los recuerdas, por cierto, todavía les felicito la Navidad, eran encantadores. Después cuando ya se hizo tarde y subíamos por las escaleras que daban a las habitaciones, tú debiste apearte en la segunda planta, ¿ Cuál es tu planta ?, me preguntaste, - la tercera – te contesté, y tú extrañamente subiste conmigo hasta la tercera. Bueno, ahora me río, no tan extrañamente, me habías hecho el amor ya con la mirada, y ahora nos quedaba todo el resto de la noche.

Al cerrar la puerta de mi habitación casi temblabas al abrazarme, me besaste tan torpemente y tan bellamente, vi, como incluso salía inocentemente una burbujita de tus labios, – esta mujer me gusta – pensé. Afortunadamente y realmente no sé por qué, maravillas del destino, elegí una habitación con cama de matrimonio, que dosel tan bonito la enmarañaba. Pensé que había sido una casualidad afortunada, algo preparado por mis amados Santos. Pasamos toda la noche abrazadas, enseguida entendiste la danza de mi cuerpo y del tuyo propio, como amar a una mujer. Yo no tenía nada que enseñarte, estaba claro que a pesar de estar compuesta y con marido, conocías muy bien el arte de amar a una mujer, incluso creo recordar que me sonrojé ante una cierta postura que me hiciste descubrir. Yo parecía un pato, mi cabeza erguida como una lanza de tanto placer, mis piernas que ya no me sostenían de tantas convulsiones, y esa forma tuya de humedecerte sobre mi sexo languideciendo de placer, como ninguna otra mujer antes lo edificó. Ciertamente creí que mi clítoris, y me sonrío, era el World Trade Center. Y nuestros cuerpos Simoneta llenos de agua, y aquellos nuestros abrazos que de tan intensos a ambas nos hacían emitir suspiros y gritos anestesiados y constantes. Recuerdo que aquella primera noche dormí acoplada a tu cuerpo, de una forma algo extraña para mí, en una primera noche quiero decirte. Tanto amor, tanto deseo, tanta química, tanto abrazo sin medida me dejaban un poco extrañada de mi misma. Pero las noches sucesivas, estuvimos juntas una semana, fueron igual de intensas, igual en excesos y extremos.

Qué belleza la de aquellos días junto a ti. Partimos juntas para España el mismo día, en el mismo vuelo, los mismos cafés y cigarrillos, y no cesabas de hablar de Mario, tú pareja, tú marido. Yo me mantuve silenciosa cada vez que lo nombrabas, pensaba dentro de mí – Mario, por qué no lo dejas y te vienes a vivir conmigo -, pero como ves preferí dejarte libre, que hicieras lo que quisieras, que si en un futuro llegaba ese día en que tú misma, por tu libertad, pensamiento y deseo, querías estar conmigo, así lo harías. Y como ves, han pasado diez años sin escribirte, sin llamarte, pero pensando en ti cada día, cada minuto, cada segundo, cada sol y cada luna. Quizás nadie de tu altura se ha cruzado en este tiempo en mi camino, y cada mujer me parece vulgar aunque no le sea. Pero es cierto que marcaste mi vida, mi pensamiento. Y como ves, me he decidido hoy a escribirte después de recibir tu carta, en la que según me relatas, me cuentas que has sufrido mucho en estos años, al lado de un hombre, Mario, al que le querías como a un amigo, al que le tenías y le tienes mucho cariño, pero con el cual no podías fundirte – como tú piensas, como tú eres – hacia el infinito, hacia tu infinito.

Y aunque ya han pasado diez años, me alegro de tu decisión de dejar de una vez tu doble vida, y digo doble vida porque al final en el avión, te sinceraste, y me contaste que mantenías una relación de encuentros sexuales con una amiga que te atraía. Quizás me lo contaste por justificarte no sé de qué........ Y decirte Simoneta, que yo sigo sola y que te sigo amando como aquel primer día que te conocí en “ Maison des enfants”, y que si alguien es mi pequeña enfant, esa eres tú, mi pequeña enfant terrible.

Te ama,

Violeta.


Pd. Por cierto, es una casualidad que tu carta llegara a mis manos, mi querida Simoneta, otro capricho del destino, ya que me cambié de domicilio, y a los señores a los que les vendí el piso, tienen un hijo que tiene la manía de romper todas las cartas que les llegan a sus padres – que les rompa las del banco, aún que te va – “ Paranoia infantil letril “, creo que la llaman así. Y ha sido un milagro que tu carta se salvara de sus manos, gracias a que aquel día, el dichoso niño estaba en su semana blanca de ski. Por poco no me entero nunca mi amor, de que me amas. Como ves otro capricho del destino......


9 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo recuerdo un hotel en una ciudad otrora romana, un hotel llamado Ramiro I, en honor a algún rey aragones que hasta entonces yo no conocía. También recuerdo que murió Rocío Durcal y tú me habías dejado sola porque no yo no era tu tipo. Pero lo que más recuerdo es cuanto amor me diste y cuanto amor te di.
Un beso, de esos que tanto nos gustaban...

Marta dijo...

Era una suave y transparente tarde de marzo....yo enfrente de ti en el café Laurel ...mi mano cogiendo tu mano... tu cara de sorpresa... Cuando te enseñé el teatro romano -extraño en ti -apenas lo miraste....y todo el amor que vino después...Lo que más recuerdo, es que si alguna vez fui pasión fue aquella tarde, y que si alguna vez me convertí en amor.... fue contigo...

Un beso, de esos que nos llevaban sin darnos cuenta hacia el paraíso terrenal....que si que existe...porque al besarte yo podía caminar sobre el mar....

Anónimo dijo...

Caminar sobre el mar..como Moises...uhmmmmm, que besos mas pasionales....cuanto amor flota entre bares y hoteles romanos..eso es amor!!!! amores para la eternidad.Felicidades!

Marta dijo...

El amor.... mi querido anónimo, es eterno mientras existe en nuestra realidad, lo demás son los bellos recuerdos.... los que permanecen

Un besito

Anónimo dijo...

Los recuerdos siempre se quedan es verdad...pero lo importante es vivir el dia a dia disfrutando de ese amor. Eres afortunada si vives todo esto que escribes.

Marta dijo...

Yo sigo buscando el amor eterno, mi querida anónima...que estoy segura de que si existe......La enamoradora que me enamore....buena enamoradora será...

Un beso

Anónimo dijo...

Sere yo...buena enamoradora?

Marta dijo...

Jajajaja..... y por las noches qué harás???

Anónimo dijo...

Por las noches es estupendo jugar a algo.... a q te gusta jugar a ti?