domingo, mayo 01, 2011

TOZEUR, HOTEL TAMERZA PALACE



Berta y Juan, lo tenían muy claro, definitivamente claro que aquel año se iban de vacaciones a Túnez. Les atraía en un principio más que el propio país, el que se tratara de un trayecto en vehículos cuatro por cuatro, recorriendo todo Túnez de cabito a rabo.
- Va a ser un viaje precioso, Juan. Todavía somos muy jóvenes. Imagínate, el vuelo llega a Monastir y a la mañana siguiente comenzamos nuestro periplo por Túnez de norte a sur. Va a ser fantástico, fabuloso. Además, hasta dentro de dos o tres años no quiero tener la niña que quiero tener, y tenemos que aprovechar ahora que todavía somos libres, Juan, que ya verás como nos cambia el panorama más adelante.
- De acuerdo, pero prométeme que no te arrepentirás de tanto ajetreo de viaje. Créeme si te digo que va a ser un poco paliza, todo el día metidos en un cuatro por cuatro.
- Venga no seas carca. Va a ser chupí. Vamos, que si no vienes tú, llamo corriendo a Teruca y me largo con ella. Tú verás.
- Vale cariño. Yo también prefiero ir contigo a irme con Norberto, al fin y al cabo, voy a pescar con él cada dos o tres findes, y además, este verano también se va con su chica a Egipto. Okey mi vida. Qué bien lo vamos a pasar. Chachi, ¿verdad?. Mmmmuaaa. Cuánto te quiero.
- Yo también cariño, pues ala, ya está decidido. Mañana bajo a la agencia de la Mari Purí y lo reservo, vamos, I am to do one book, tomorrow morning.
Y es así que Berta y Juan, llegaron a Monastir en un susurrante vuelo de plumas. El calor era bastante insoportable ya que transcurría el mes de Julio, pero así eran Berta y Juan, impremeditados, hacían lo que les apetecía cuando les apetecía, y era para ellos, aquel, el momento adecuado para viajar a aquel país, Túnez, el bellísimo Túnez. Durmieron en Hammamet, y al día siguiente desayunaron muy tempranito, debido a las altas temperaturas que se esperaban. Cogieron el cuatro por cuatro que les correspondía, y se encaminaron en el tanquecito hacia Dougga, para visitar las ruinas romanas, ya que son las mejor conservadas en todo el país. Visitaron el capitolio, el teatro, templos y termas. Y de allí siguió el cuatro por cuatro su trayecto con un insoportable calor hacía Bullaregia, una ciudad que conoció su apogeo en los siglos II y III. De nuevo más templos, teatros y termas, y les encantó la frescura de unas viviendas subterráneas de bellísimos mosaicos, lo cual agradecieron como si se tratara de la más impresionante refrigeración natural hallada sobre la tierra. Y siguieron aquel viaje, acompañados en el cuatro por cuatro, por otra parejita de Madrid, Teresa y Fran, muy agradables ellos y muy normales. Delante siempre iba el conductor, Shalan, y el guía, un guapetón llamado Ashley. En su segundo día de periplo, se encaminaron hacia Túnez capital, donde pasaron todo el día visitando la ciudad, y al día siguiente atravesaron Kairouan, Sbeitla, y llegaron hasta la ciudad de las puertas del desierto, Tozeur. Ya era de noche, estaban agotados, y apenas después de cenar se fueron directos a la espléndida habitación que los dioses les habían reservado.
El día siguiente lo pasaron todo completito en Tozeur. Se dieron un refrescante chapuzón en una dulce piscina de claras aguas, desde la cual se podía divisar mientras estabas en el agua, el prístino inicio de las ondulaciones suaves y sugerentes de las montañas del desierto. Comieron muy tranquilamente en el restaurante del hotel, aquel hotel que a Berta le daba una sensación de decadencia y lujo, donde el tiempo se detenía a cada instante, donde todo era belleza y calma. Y del restaurante se fueron plácidamente abrazados hasta la habitación, para echarse una extasiada siesta al amor del aire acondicionado, que en aquellos momentos era como el rey, como el grandioso Alá de la habitación.
- Debería aprovechar esta tarde para ir a comprarle unas babuchas a mi madre, Juan, sabes que le encantan, siempre se las encarga a alguna amiga que viaja a un país árabe, y también te compraré unas para ti. De paso compraré algún detallito más, no sé, algún fular bonito de algodón, ya sabes que aquí son auténticos y fantásticos, y miraré unos collares para Sarita, de esos fantasiosos y exóticos que a ella tanto le gustan. Vamos, que si no le llevo un collar, me mata.
- Pues nada, querida, no cuentes conmigo. Si quieres te vas tu solita, porque yo estoy derrengao, y me voy a echar una siesta que te mueres de mil pares de camellos.
Y es así que se quedaron dormidos por la frescura de la refrigeración, pero Berta se despertó de pronto, como si alguien la hubiera llamado, como si estuviera predeterminado el levantarse. Se atusó con un poquito de agua sus cabellos cortos. Se vistió sigilosamente, y se marchó. La verdad, ciertamente no le apetecía nada salir a hacer esas pequeñas compras, pero los regalitos son los regalitos, y temía la carita de su madre si se presentaba en Madrid sin las dichosas babuchas, al igual que temía la cara de decepción de Sarita, si no veía discurrir y enredarse en su pecho, los exóticos collares de Túnez.
Al salir del hotel, el calor era tan intenso a pesar de ser las siete de la tarde aproximadamente, que sintió en sus labios, en su cara y en todo el interior de su cuerpo, una bofetada de aire tan calientemente terrible, que creyó que no lo iba a poder soportar. Pero lo soportó, y llegó como pudo extenuada por el calor, a un pequeño y bonito bazar lleno de objetos por todas partes. Allí hacía fresquito, ya que en el techo había unos gigantes ventiladores que movían el aire de un lado para otro, lo cual daba un cierto alivio para estar allí un rato y comprar lo que dichosamente tenía que comprar. Se sorprendió, nada más entrar en el bazar, de la amabilidad de un joven de unos treinta años, moreno como la noche, y ciertamente muy atractivo.
- ¿Necesita algo, señorita? – le dijo en un casi correcto español, mientras Berta detenía su mirada en el suelo del bazar. Allí, en las esterillas de caña, reposaba una hermosa mujer que inquisitivamente no cesaba de mirarla, como tratando de averiguar un misterio oculto en el rostro y en el cuerpo de Berta – Ésta es Shaifo, mi esposa. Es muy bella. ¿Verdad?.
- Sí – respondí casi sin pensarlo, inconscientemente, porque ciertamente, Shaifo, era bellísima. Lo primero que me fije de ella, mientras yo recorría todos aquellos objetos que había en el bazar, fue en su cuerpo. Recostada en unos enormes cojines ladeando su cuerpo, llevaba una túnica negra de seda suave y transparente, por la que claramente se adivinaban unos pechos preciosos, grandes, y pude ver casi de reojo al contraste de aquella luz de la tarde, el misterio que ocultaban unos gruesos pezones, tostados e enhiestos como dos lanzas del color del ópalo encendido, donde inconscientemente yo me introducía a ráfagas mientras seleccionaba junto con su amable esposo, el número adecuado de las babuchas de mi madre. Y inconscientemente pude adentrarme en la luz interior que me derramaban aquellos ojos negros de vaca, que me miraban incesantes, como una lluvia que no cesa, como haciéndome una súplica, un rezo o un ruego.
- Si. Creo que este será el número adecuado de mi mamí – Mientras yo veía como Shaifo miraba ya de una forma continuada mis piernas, mi vientre, mis pechos, y su mirada navegaba como la de una diosa dentro de mi mirada – Ahora debo elegir un collar que sea algo extraordinario. ¿ Cómo te llamas?.
- Nester, ¿y tú?.
- Me llamo Berta. Como te decía, Nester. ¿Tienes collares bonitos?. No sé, de piedras o de rosas del desierto. Tú me dirás mejor. – Le dije mientras mi mirada, ya con un descaro total, acariciaba el rostro de Shaifo, sus cabellos ondulados y largos de sirena, a aquella tez oscura como la tierra cálida y suave de Tozeur. Se lo dije, mientras mi mirada seguía inconscientemente acariciando aquellos gruesos labios y a la vez delgados y bien delineados, a aquellas manos grandes y morenas, a aquella nariz de mujer segura, fuerte y serena. Y mi mirada recorrió su cuerpo con un deseo ciertamente seguro, de que algo extraordinario iba a ocurrir aquella tarde en Tozeur. Elegí un precioso collar para Sarita de rosas del desierto muy pequeñitas y trabajadas, ya que estaban engarzadas por unos hilos de plata y cristal. – le encantará, pensé – También determiné la compra de las babuchas para mi madre y otras para Juan, y para mí elegí un pañuelo que Shaifo puso sobre mi cuello, de un algodón extraordinario. - Bueno. Ya lo tengo todo. ¿Cuánto es, Nester?.
- Antes de que te marches, Berta, y te haga la cuenta, mi esposa y yo queremos invitarte a tomar un té con menta. Mi esposa lo prepara exquisito, y la menta es de nuestro huerto. Te gustará.
- Perfecto, Nester. Será todo un placer.
Y nos sentamos todos en las alfombras de esterilla, cuando Shaifo acabó de preparar el delicioso té.
- Mmmm. Qué bueno que está, Shaifo. Es un placer tomar este té tan exquisito. ¿Cómo lo preparas?.
- Compro las bolitas de té en el mercadillo de las fuisas. Son unas bolitas que ya sólo el aspirar su olor te llena de toda la flor del té. La menta la cultivamos como te ha dicho Nester en nuestro huerto. ¿Sabes?, es un placer en las noches salir a la terraza de nuestro huerto e inspirar y expirar el olor de la menta natural mezclada con el magnoliero afrutado. Es como hallarte en ese otro paraíso eternizado, donde sólo lo sublime se encuentra.
Tomamos tranquilamente nuestro té, invadido de miradas de una extraña complicidad entre los tres seres que allí nos hallábamos. Pareciera que algo misterioso y extraordinario tuviera que ocurrir aquel día, era como un sexto sentido, como una sensación inconsciente que flotaba en aquel aire, en aquella estancia, sobre aquellas sinuosas y frescas esterillas suplicando a gritos las caricias del cuerpo de Shaifo.
- Bueno, Nester. Shaifo. He de marcharme. Tengo que volver al hotel. Así que prepárame la cuenta. ¿Cuánto te debo?.
- Aquí en Tozeur, Berta, a veces, todavía utilizamos el trueque en nuestras transacciones. No sé como explicarte. A veces para nosotros es más importante un bien espiritual, un sobrenatural placer que nos envía Alá, que una cantidad de monedas.
- Ya, pero yo debo pagarte por todo lo que te he comprado. Tú tienes un bazar y es un negocio del que vives, al igual que tienes que pagar a tus proveedores.
- No me entiendes, Berta. A mi esposa le has gustado mucho. Apenas tengo que mirarla para saberlo. Veo en su mirada la luz cuando te mira, pero si quieres pagarme, págame, son 30 dólares, siempre cobro a los turistas en dólares.
- Si no te importa te pago con dinares, es que no he cambiado en dólares.
- Ya, pero yo prefiero que me pagues en dólares. Shaifo te acompaña ahora mismo al hotel Tamerza Palace, está justo enfrente de aquí, en un momento llegáis, y así puedes cambiar los dinares en dólares, y todo solucionado.
- De acuerdo.
- Berta. Ha sido un gran placer llegar a conocerte, y ante todo, un gran placer que mi esposa Shaifo te haya llegado a conocer. Créeme.

Y nos encaminamos sonrientes, Shaifo y yo, hacia el Tamerza Palace, que estaba efectivamente justo enfrente del bazar.
- Ya verás, Berta. Te va a encantar este hotel.
Y entrando en el cuidado jardín del Tamerza, pude sentir toda la gloria de los jazmines que allí dormían de día y susurraban a los turistas de noche. Pude rozar con mis manos a las glicinias descolgándose hacia el estanque, como anestesiadas, a las caléndulas, queriendo alargar su cuello para amarse con las vergonzosas mimosas, las cuales contraían sus hojas, cuando las caléndulas amorosamente las rozaban.
Y mientras yo observaba cómo un lirio anaranjado del desierto abría su cáliz para ser libado por una hermosa abeja maya, nos introdujimos como dos figuras sibilinas en la fastuosa recepción y entrada del hotel. Cambié los dinares en dólares, y en ese preciso instante, observé como Shaifo intercambiaba un breve diálogo en árabe con el recepcionista. Se hizo un anestesiado silencio, a la vez que el arabesco moreno recepcionista ponía en las manos de Shaifo unas enormes llaves, del tamaño de un castillo de Babaria. Shaifo cogió de mi mano mostrándome el lujoso salón del hotel, mientras yo miraba la bóveda del techo. Pareciera que nos halláramos en la lujuria de una selva invadida de verdes columnas de jade y ópalo. En el sereno misterio de un templo del desierto, donde se escuchaba a una fuente susurrar lentamente el sonido de su sedante y sedosa agua, entre dorados, cobres y malvas, entre los celestes y plateados azules de la ensortijada y trabajada bóveda. Y yo la seguía de la mano, por los corredores de un pasillo completamente blanco, donde las puertas de las habitaciones eran pequeñas obras de arte con figuras de exuberantes damas desnudas en madera tallada, enmarcadas por unos minimalistas doseles con un cortinaje rojo ladeado hacía un lado. Enmudecí durante todo aquel trayecto que duró nuestro periplo hasta la habitación, y cuando por fin Shaifo abrió la puerta con el nombre de Sherezade, ambas, Shaifo y yo, asentimos con una mirada intensa de deseo, embriagadas todavía por el olor a jazmín, a glicinias y a caléndulas, a mimosas y al lirio anaranjado libado por la abeja maya. Todo aquel perfume se esparcía por aquella estancia, y decidí ponerle un nombre a aquel exquisito aroma. Tamerza. Sí, se llamaría Tamerza, y se convertiría en el perfume de una diosa, de la diosa Tamerza.
Shaifo, comenzó a desnudarme con la sola luz de sus manos, y haciendo un rápido movimiento con sus brazos, se quitó la túnica como quien se quita un jersey muy rápidamente. Me incorporó en la enorme cama blanca como una nube y se dispuso lateralmente a mi lado acariciándome las piernas, los muslos, las caderas, el vientre, mis ondulados pechos erectos, las alas de mis brazos. Después me acarició muy dulce los cabellos, mis ondulados cabellos castaños, sintiéndome que me perdía, que me perdía entre aquellas caricias de mujer que tanto necesitaba de tanto en tanto en mi vida. Con la mirada perdida en el Olimpo, succionó de mis pezones, naciendo de su boca una flor blanca de enormes pétalos aterciopelados, que tan pronto se abrían como se cerraban. Cuando con su segura mano que miraba, comenzó a penetrarme con una intensidad tal, que comencé a sentir un fluir de espasmos encadenados. Me retorcía, lanzaba mi cuerpo hacía arriba, hacia abajo, de un lado y de otro. Temblaba todo mi cuerpo, retorciéndome en una convulsión completa, eterna, mientras me penetraba con su otra mano que miraba, por mi segundo sexo. Y despaciosamente y en una ascensión continua, fui lanzada de la pirámide escalonada de Sakara hacia el cielo, cuando estuve totalmente rígida como una escultura de mármol, y pude contemplar la tierra, el mundo, y a todos los seres que lo habitan con una sensación infinita de paz. Más tarde, y antes de que llegara el crepúsculo, hice que Shaifo alcanzara la felicidad con mis hermosas manos. Su cuerpo era un ópalo de cobre de exuberantes curvas, donde sus pechos, sus enormes pechos, me derramaban un licor de moras invadido de formas. Mi rostro se perdía entre aquellos grandes pechos perfectos, tallados a mano y rellenos de plumas. Shaifo se retorcía entre mi cuerpo, entre mi alma y mis dos alas blancas. Y libando de su sexo imperiosamente como una abeja sedienta de miel, descubrí por fin su secreto bebiendo sin descanso, devorando dulcemente su miel entre aquel perfume que bogaba por toda aquella estancia del hotel Tamerza, desde el jardín hasta nuestra habitación. Allí, libando de su dulce sexo, pude sentir toda la gloria de los jazmines que allí dormían de día y susurraban a los turistas de noche. Pude rozar con mis manos a las glicinias descolgándose hacia el estanque, como anestesiadas, a las caléndulas, queriendo alargar su cuello para amarse con las vergonzosas mimosas, las cuales contraían sus hojas, cuando las caléndulas amorosamente las rozaban.
Y cuando Shaifo se sintió como aquel lirio anaranjado del desierto, que abría más y más su cáliz, para ser libado por una hermosa abeja maya llamada Berta. Shaifo tuvo entre mis brazos un orgasmo infinito. Y en sí, comprendí que toda la miel que yo había bebido de su sexo, era el perfume de Tamerza.
Me recompuse como pude. Me vestí lo más rápidamente posible, todavía respirando agitadamente, y llamé por el teléfono a Juan.

- Hola Juan, cariño, sabes. Se me ha hecho un poco tarde. Uff. Si son las diez. Te he comprado unas babuchas, y unos cuantos regalitos más para Sarita y mi madre. El matrimonio que regenta el bazar, amabilísimos, me han invitado a tomar un té con menta, y después con ellos hemos venido al lujosísimo hotel Tamerza, para ver actuar a Cheb Hasni que estaba en el hotel. No sabes mi Juan, lo bien que lo hemos pasado.
- Vale cariño. No sabes cuánto me alegro, pero a Cheb Hasni lo asesinaron. Te espero en el restaurante de nuestro hotel. Ahora mismo me voy a la ducha. Por cierto, me he pasado la tarde con nuestro guía, Ashley. Me da muchos recuerdos para ti. Es que sabes, cariño, ha venido esta tarde a nuestra habitación para hacernos una pregunta sobre la ruta de mañana, mientras yo me hallaba semidesnudo durmiendo la siesta, y me ha dado el mejor té con menta que ningún tío jamás imaginó. ¡¡¡¡ Venga cariño. Te espero en el Restaurant !!!!.
- Vale mi vida. Ahora mismo voy. Te quiero.
- Yo también te quiero, Berta.