Aquella noche, celebrábamos una cena de verano de un colectivo llamado La Vie en Rose. Me uní a aquel colectivo de lesbianas y gays de una forma fortuita, bueno, pensándolo mejor, de una forma no tan fortuita, creo que todo tiene un por qué y nada ocurre por medio del azar, sino que creo que aquel fue el momento adecuado para conocer como se trabajaba dentro y a través de un colectivo, y saber lo que se guisaba y se servía dentro y fuera de él.
Primero aterrizamos en una bonita casa de las afueras de Zaragoza, de un chico encantador llamado Fran, alguien especial, que a pesar de ser invidente, poseía ese encanto sobrenatural que desprenden todos estos seres, unido al encanto de ser un ser sensible y especial como gay. Su casa era ciertamente muy agradable, con todas las comodidades actuales. Un amplio salón daba a un jardín con un césped limpio y bien cortado. Todo, sonrisas y cervezas, vino tinto y canapés, coca colas y fantas, sangrías y naranjas. Desde el primer momento, me di cuenta de lo práctico de la cena, cada una de nosotras, nos ocupamos de llevar algo para comer; una llevó una bandeja de saladitos, otra, otra bandeja con una inmensa tortilla de patata, otra chica llevó bollitos muy bollos con ensaladilla rusa, lo mismo con las bebidas, cada una llevó lo que creyó más oportuno para la ocasión. Yo recuerdo que llevé dos apasionantes botellas de vino blanco de Laus, de exquisito sabor a pétalos de rosa, y mi amiga Celeste, llevó una bandeja de croquetas exquisitas, de lo cual, luego me confesó que eran congeladas, perdiendo todo aquel glamour que consumí al saborearlas. También recuerdo que llevó una botella de buen tinto de Cariñena, de un nombre muy extraño, “Cojón de gato”, pero bueno, a pesar del nombrecito, un tanto socarrón, el vino estaba de puta madre y realmente lo paladeamos como el elixir más infrecuente del cojón del gato. Si es que Celeste era la tranca, una cachonda, tenía como un don sobrenatural, y allá donde fuera era diferente al resto de la gente en todas sus acciones y observaciones. En la fiestecita se realizaron varios juegos, ya que si no, la gente, que es muy aburridiza, se aburre, y se congregaron varios chicos y chicas en la sala del salón, para jugar con unos cartoncitos que sacaron de no sé qué cajita, para jugar a las adivinanzas. Realmente esos juegos siempre me han aburrido, no sé por qué, prefiero dedicarme a la contemplación o al juego de la observación, ya que absorbo de ellos mayor experiencia, divagación y entretenimiento, que estar devorándome los sesos con unas cuantas cartas o cartoncitos entre mis manos, por el mero placer de ganar al adversario que está frente a mí, o a unos pequeños metros de distancia de mí. Así que Celeste y yo, permanecimos en el Jardín, disfrutando de esa temperatura cálida y atemperada de las noches de verano de Junio, y que a pesar de hallarnos muy próximas a la ciudad, fue una noche ciertamente muy agradable. Todo transcurría en calma, hasta que una música proveniente de unos bafles de la terraza comenzó a sonar, suave pero fuerte, sonoramente, pero sin molestar demasiado ni resultar estridente. Era música Chill Out de una sensualidad extrema, de esa música que con tan sólo escucharla ya te sientes a gusto, y en ese preciso instante de seducción musical, salieron a la terraza, Piluca y Teresa, ambas con un bonito albornoz sobre sus cuerpos, después salieron cuatro chicos más, Pipo, Suso, Tuti, y Sandro, también cada uno de ellos con tan sólo un bonito albornoz en su cuerpo. Al momento, ocuparon el césped de la terraza, Tati, y Cucha, Penélope y Rosana, y en un momento imperceptible, se acercó a nosotras Sandra, también vestida con el dichoso albornoz, y nos dijo - Pero chicas. Para qué os creíais que eran los albornoces que había que traer a la fiesta, sino para ponérnoslos en este preciso instante. – Pero, si los he dejado en el coche – dije así como si se me hubieran descolgado lentamente las palabras del paladar.
- Pues ya estás yendo, monina, que ahora empieza realmente la fiesta.
Y así fue, que fui corriendo al ford fiesta amarillo, heredado de mi tía, que heredó de mi madre, y que a su vez mi madre heredó de mi padre. Abrí el maletero, y allí estaba la bolsita mirándome con cara de exclamación, o acaso era un interrogante. Y con cara de interrogante, nos dirigimos de nuevo como dos autómatas, Celeste y yo, a la cena-fiesta del colectivo, La Vía en Rose. Que por cierto, en esos momentos, creo que Celeste veía la Vía en noir, pero con cara de cachondeo y risas, y yo la veía de un marrón impresionante. Entramos, nos cambiamos apresuradamente la una detrás de la otra en el baño, y nos dirigimos como las dos muñecas autómatas que éramos, con las garras algo tensas y tambaleantes, y una sonrisa de esas semi-atontadas - Jajaja, Jijiji - Toma Celeste. No querías juerga, pues aquí la tienes.
- No me jodas, Marimar, que una cosa es el cachondeo y otra esto, anda, vamos al jardín que tengo ganas de tomar el sol – Me dijo Celeste con una sonrisilla sarcástica desencajada.
Y llegamos al dichoso jardín, mientras Celeste tropezó con una silla de formas cúbicas, y ciertamente estrambótica, que estaba en la entrada del mismo jardín.
- Venga chicas, qué rezagadas, llevamos quince minutos esperando. ¿ Es que no os habían contado lo de la fiesta del albornoz ?.
- Pues chica, si, algo había oído yo – dijo resabiadamente, como siempre hacía Celeste.
La música que se escuchaba se convertía en unos instantes en un sedante en tu interior, en una melodía cambiante pero a la vez constante, que hacía que tu cuerpo se moviese sin apenas haberle dado la orden de moverse. Todos permanecían bailando a su manera con los albornoces colocados, unos alzaban los brazos como implorando a los dioses oráculos de suerte, de amor y de paz futura. Otras niñas movían sus caderas con una insinuación sublime, y adivinar cómo serían aquellas caderas entre mis manos y cómo divagarían aquellos pechos dentro de la tela de toalla de su albornoz, fue por un momento mi mayor preocupación, a la vez que despreocupación divagante. Y el juego comenzaba, y dijo Cucha;
- Bueno, bueno, chicas y chicos, la noche es nuestra. De momento todas y todos lleváis puesto el albornoz, pero he aquí que sólo quedará al final con el albornoz puesto, una de vosotras y uno de vosotros. Creo, ya que es una prueba muy difícil. Aquí tengo un metro milimétrico, chicos - dijo Cucha – y el juego va a consistir simple y sencillamente, en que cada uno de vosotros - en el caso de los chicos - que averigüéis la medida exacta de vuestro miembro, polla o pollita, en el momento, chicos, en que oigáis vuestro nombre a través del micrófono y mientras os halléis embriagados bailando esta magnífica música traída de los cielos Chill Out, Chill On, Chill Down, bueno, como quiera que se llame todo este tipo de música celestial. El caballero en cuestión se desnudará, acto seguido dirá la medida de su polla, y seguidamente se la medirá Clodo, que ya sabéis que siempre es el medidor oficial para estas ocasiones. Como veis, Clodo lleva puesto para la ocasión un traje sado-maso con máscara de cara incluida, que además de sentarle muy bien, tan sólo se le ven los ojos, un buen cacho de lengua, y las manos, las cuales esta noche serán las poseedoras de sus mayores triunfos y deseos, tocar y anhelar muchas pollas enhiestas o sublevadas, deprimidas o absurdas, originales y perdidas, encontradas o ya masturbadas. Si el susodicho que sea llamado para la prueba, acierta, tendrá derecho a un placer, pero si no acierta, ha de ser un castigo. Se estipulará por Clodo en cada caso. En el caso de vosotras, niñassss, la prueba será la siguiente. Os desnudaréis cuando escuchéis nombrar vuestro nombre a través del micro, y Nana, también con su traje de castigo, os preguntará por la medida exacta del contorno de vuestro pezón. Diréis una medida, y acto seguido, Nana la medirá con mucho gusto y precisión. Si acertáis, chachi, pero si no la acertáis, Nana os someterá a un castigo, estipulado por ella misma. Venga chicas. La fiesta comienza. Desinhibiros de placer. Comenzamos. Comenzamos la fiesta de los albornoces!!.
La música sonaba y vi como cada uno de nosotros permanecía en su universo particular.
La verdad es que estábamos muchas más chicas que chicos en el fiestorro de La Vie en Rose, pero ello auguraba aun mayor diversión. Y bajo las aguas transparentes de ese placer que te alza hacia los paraísos más inalcanzables, hacia todo lo bello sin escrúpulos, dejando atrás lo maligno o lo no bello. Bajo aquellas aguas transparentes que ya eran celestes, malvas, rosas y anaranjadas. Bajo la atenta mirada de la luna escuchando el sonido Chill Out de las olas del mar y su espuma, de esa espuma que al desprenderse de la ola y llegar hasta la arena, apenas deja de existir. Y ciertamente, ese sonido del silencio se escuchaba en nuestro interior como un eco adormecido de toda una vida, de cientos de vidas sobre este universo. Tan sólo se trataba de sentir el placer. Aquí, en este pequeño planeta. Y cuando ya nuestros cuerpos se hallaban como una pluma cayéndose, deteniéndose entre aquel aire adormecido, escuchamos a Nana decir a través del micrófono – Celeste. Acude a mi vera – Celeste caminó aquel tramo, a pesar de lo acojonadilla que yo pensaba que se encontraba, con una decisión total, con la cabeza bien alta y un albornoz de grandes margaritas soñando hacia el me quiere o no me quiere, me amará o no me amará, el esta noche mojaré en caliente o en frío, el la Vie en rouse o la Vie en noir....... Y Celeste comenzó a quitarse el albornoz, cayendo al suelo como un pañuelo de seda, bajo la atenta mirada de Nana. Nana, que la miraba con los ojos de la ternura de la diosa lechuza, comenzó a acariciarle sus esponjosos cabellos oscuros.
- Y bien, Celeste. ¿Cuánto dirías tú, que miden exactamente tus pezones en este preciso momento? – dijo Nana mientras acariciaba muy hábilmente y muy dulcemente los dos pezones de Celeste. Cada mano acariciaba un pezón, bueno, mejor dicho, los dedos de cada mano se dirigían y bogaban sobre aquellas rosas que se desperezaban abriendo sus pétalos, alzando en su centro una protuberancia insigne, y cuando ya todas casi gemíamos al mismo tiempo que se escuchaba el Chill In, imaginando el álgido placer que en ese momento podría sentir Celeste. Celeste, cerrando la mirada y casi cayéndose de placer en los brazos de Nana, dijo – Mi pezón mide exactamente 3 cm. - Acto seguido, Nana midió con su metro milimétrico la medida exacta del pezón, y dijo – Tienes razón Celeste. Celeste, chicas y chicos, ha acertado. Su pezón mide exactamente 3 cm, ni más ni menos. Ahora tienes derecho a un placer. Pídeme lo que quieras.
Celeste, sin pensarlo dos veces, dijo – Quisiera ver también las rosas de tus pezones, poder acariciarlas, preguntarte cuanto piensas que puede medir su diámetro, para después medirlo. Quizás si aciertas, como yo, y mide también 3 centímetros, signifique que estamos hechas la una para la otra, que tú eres ese amor que desde tanto tiempo ansío encontrar. Creo que la medida del pezón, aunque no lo dijo Freud, debe de tener connotaciones místicas en el amor, y designios muy pero que muy positivos. Mira a la luna, ella está sola, porque no encuentra otra luna igual a ella, alguien que pueda abrazarla en su misma medida. No encuentra otra luna que tenga el mismo diámetro de pezón, por ello, Nana, la luna sigue sola.
Nana la miraba con esa sonrisa pícara rodeada de sensualidad, mirando de reojo a la luna y a ella. Pareciera como si sólo ellas dos se encontrasen en aquel jardín, hablando de sus ires y devenires, de sus pensamientos y formas.
- Me parece perfecto, Celeste, yo también ansío encontrar a esa mujer que tenga mi misma medida de pezón. Quizás por no tener en cuenta ese pequeño detalle, todavía sigo sola. Así que vayamos a ello.
Nana se desprendió hasta la cintura del traje sado-maso, y mientras se alejaba de su piel la ajustada tela negra de charol, emergieron sus senos como dos rosas nacientes que se habrian hacia la noche como los más bellos senos que jamás pude ver en mi corta o larga existencia. No, no fue la primera sensación que sentí la de poder llegar a acariciarlos, sino la de tan sólo mirarlos, mirar su ondulada forma cayendo hacia su esternón con el peso y la medida exacta y perfecta. Su piel era muy blanca, pero el color pintado en sus pezones era de un marrón muy suave, casi yendo hacia el rosa o quizás hacia el mismo color encarnado que hacen las rosas en sus divagaciones. Y Celeste hizo sentar a Nana en una silla, haciéndole extender sus piernas muy relajadamente. Después Celeste se sentó sobre ella, mirándola de frente, de forma que Nana podía abrazar a Celeste por sus caderas muy deliciosamente. Y comenzó Celeste a succionar de aquellos dorados pezones de color encarnado, de rosas divagando entre malvas y azucenas, de azucenas volviéndose magnolias, y las magnolias en fuentes de agua. Y seguro que ya el agua invadía aquellos sexos, hechos, como ciertamente había dicho Celeste, el uno para el otro. Comenzó Nana a acariciar con sus hábiles manos el culito ya rígido de Celeste, totalmente rígido, mientras Celeste seguía succionando los pechos de Nana con ese entusiasmo adormecido del placer, con esa fragilidad inmensa de las caricias más bellas, con esa inacabable sed del placer que no cesa y se abisma en hallar la línea que nunca se alcanza en el horizonte, intentando constantemente poseerla a través de la ascensión del placer. Comenzaron las dos a gemir, el orgasmo más prolongado, eterno y bello que nunca jamás vi. Aquellos gritos de susurros, aquellos gritos de un placer infinito e inabarcable, bogaban sobre la música Chill Out, Chill In, Chill Up y Chill Down. Y al llegar ambas, Nana y Celeste, a ese Chill Down adormecido, permanecieron abrazadas, acurrucadas la una sobre la otra durante varios minutos. Clodo, las sacó de aquel embargo con el público.
- Y bien, chicas. Ha sido maravilloso. Un espectáculo incluso para nosotros los chicos. Debemos seguir aprendiendo mucho de vuestras artes. Oh, queridas amigas, sabed que son las artes del amor femenino, las más bellas e inalcanzables, y nos tenemos que seguir preparando para ser masculinos femeninos, o femeninos masculinos, que es lo mismo, pero cada vez con mayor arte, con mayor coñocimiento, con mayor sabiduría, mediante la contemplación de la mujer y sus consecuencias. Nana. ¿Estás mejor?. Celeste. ¿Te has concentrado realmente en la medida del diámetro del pezón de Nana, para darle energía?. Qué vamos. Te los has comido de lleno.
- No. No me los he comido. Tan sólo los he succionado y acariciado. Espero comérmelos en breve.
- Pues yo creo – dijo Nana con cara de cachonda concentrada y desconcentrada – que el diámetro de mi pezón es también de 3 centímetros, porque el momento ha sido tan sublime, que no me extrañaría un pelo.
Celeste cogió con sus deditos la cinta métrica milimétrica cuidadosamente, y dijo; – Chicas. Chicos. Hemos acertado. Son 3 centímetros. He encontrado a la mujer de mi vida. Así, tontamente, con lo difícil que es esto. Desde aquí doy mis gracias a Marimar, que se halla entre vosotras y vosotros, ya que gracias a ella he venido a esta fiesta maravillosa de La Vie en Rose. Y ahora con el permiso de Blind, si así lo precisa, nos vamos Nana y yo corriendo al diván de las libélulas de la habitación de arriba de Fran, para sosegar estas turbulentas mareas que llevamos dentro del cuerpo, porque yo estoy rompiendo aguas, y Nana también. Y que acabéis el fiestón lo mejor posible, chicas y chicos del colectivo La Vía en Rose.
Dijo Celeste, mientras cogía apresuradamente la mano de Nana, y ambas se dirigían al diván de las libélulas, del lujoso pisito de un miembro del colectivo de La Vie en Rose es más que Rose, llamado Fran.